Hace unos días nos enteramos de la muerte del «indio del Buraco», último superviviente de su tribu amazónica y, también, el último de muchos últimos. Durante casi tres décadas vivió solo en las profundidades de la selva, huyendo de cualquier contacto humano, buscando refugio más allá de los límites conocidos, curando en silencio el trauma del exterminio de su familia y de su tribu.
Y lo consiguió.
El Gobierno brasileño le protegió durante todo este tiempo acotando una tierra especial para él. Su historia creó referentes en el mundo de la antropología y, de vez en cuando, saltaba a los medios de comunicación.
Hace 15 años conté su historia en el periódico donde trabajaba (abajo el link) y tuve el placer de no conocerle. Pensaba que ya había muerto. Y, personalmente, me alegro de que haya vivido tanto.
Dicen que le han encontrado en su hamaca, con rictus plácido, cubierto con plumas de guacamayo como si hubiese intuido su tránsito. Más de 60 años después de llegar a este mundo en una familia que ya no existe.
De alguna manera, esa opción de vida y esa opción de muerte sirven de ejemplo silencioso de ese mundo que muere cada día sin que nadie, desde sus respectivos agujeros, haga nada por evitarlo.
Chavela Vargas presumía de cantar “desde el alma y no desde el pentagrama”. Como lo hacen los chamanes. Uno de los episodios menos conocidos de su vida es su relación con los indios huicholes, guardianes del peyote en la sierra occidental mexicana. Ellos le dieron la vida y le ayudaron a recibir el don de curar a otros. Y con 85 años la consagraron como “mujer medicina” dándole el nombre de Cupaima “la hermana que me comprende”.
El pasado 17 de abril hubiera cumplido 102 años. Fue bautizada en Costa Rica, donde nació, con el nombre de María Isabel Anita Carmen de Jesús. Pero el mundo la conoció siempre como Chavela Vargas, la gran cantante mexicana de todos los tiempos.
Todos la recuerdan con ese perfil de mujer volcánica, rebelde, sin pelos en la lengua, sin filtros para consumir tequila y tabaco, que cantaba sola apenas acompañada de una guitarra, que vestía y cantaba como un hombre ebrio y que se convirtió, casi al final de su vida, en un icono contra el machismo más duro al reconocer que era homosexual, algo que todos sabían desde siempre.
Artículos, libros y películas han recogido con bastante detalle su vida a contracorriente. Pero hay un matiz, de esos más íntimos y fundamentales de los que se habla poco en las biografías de los grandes personajes, que ha quedado escasamente documentado. Chavela tuvo una iniciación espiritual y transformadora con los huicholes, una etnia indígena que vive en la Sierra Madre Occidental de México y que son famosos por el uso consagrado del Peyote en sus rituales. Los titulares de internet lo simplifican diciendo que “Chavela era chamana”, haciendo justicia a la Verdad de su espíritu.
El primer contacto con los huicholes debió ser en su infancia. Chavela padeció poliomielitis, tenía problemas visuales y un corazón desarraigado después de que sus padres se desentendieran de ella dejándola al cuidado de sus tíos. Parece que fue en esa época, en la finca rural donde creció, cuando alguien la llevó a conocer a una anciana de la tribu, esposa de un “marakame” huichol (“aquél que sabe”) que la aliviaron de sus dolores, auguraron una larga vida y marcaron para siempre una referencia en su corazón para las dificultades de su existencia.
Su círculo más cercano siempre reconoció que en aquellos momentos más críticos la última esperanza que recibía venía de sus “padrinos” indígenas. Desaparecía entre ellos desesperada de la vida y reaparecía más serena y tranquila al cabo de un tiempo. También se comenta que algunos aspectos de su relación con Frida Kahlo estuvieron marcados por la atracción y respeto que ambas sentían por el universo huichol.
LA CURA
La confirmación de esta relación vital, sin embargo, llegó casi al final de su vida. En 2002 los médicos le diagnosticaron a Chavela una fuerte enfermedad con pólipos en el intestino que podía degenerar en cáncer. La propia Chavela lo contó así en una entrevista:
“Tenía unas unas bolas muy grandes y los médicos dijeron en Europa, y aquí, que no se podían operar, tenía que ser un transplante del intestino de un animal, tipo cerdo, que fuera compatible al mío. Un día amanecí y me dije: ‘voy con las chamanes huicholes, y si me voy a morir, pues que me muera’. Fui con ellos a San Luis Potosí y les dije lo que me pasaba y me contestaron ‘ya lo sabemos’. “Me preguntaron: ‘¿Vienes dispuesta a curarte?’. Les contesté ‘vengo dispuesta a morir, a curarme a lo que sea’”.
Chavela explicó que la curación fue terrible pero efectiva: “Me sentaron en un árbol e hicieron una cama altísima de hojas de un árbol que desconozco. Ahí me dejaron. El chamán se fue a la montaña y tres horas después regresó con un cántaro lleno de un agua espantosa que tomé cada 30 minutos. Se me inflamó la panza y le dije al chamán: ‘me estoy muriendo’. A lo que él me contestó: ‘sí, yo te entierro. Estás muy mal’. Después empecé a vomitar y era una cosa que no paraba con nada, sentía que echaba pedazos de carne. Todos los pólipos los eché por la boca, luego me acostaron en la cama de hojas y del calor que generó mi cuerpo la cama se vino para abajo y las hojas se secaron. Ahí dormí, cuando desperté me sentía feliz y le pregunté al chamán qué había pasado, y él me contestó que estaba curada, que tenían que sacarme una fotografía de la panza. Me la saqué en México y en España. Los médicos no lo podían creer”.
Después de curarse Chavela empezó a ver el mundo de manera distinta -“soy sacerdotisa del Arte puro”, solía decir-, y se interesó por el chamnismo. “Había leído mucho sobre don Juan de Castaneda, quien lo explotó con sus libros –explicó-. Además conocí a don Juan en Tepoztlán, vivía con sus ocho mujeres, y los más curioso es que no se peleaban entre ellas”. Y aunque dice que conoció a María Sabina no se atrevía a visitarla porque en esos años bebía demasiado. “En ese tiempo estaba muy bien en un aspecto y muy mal en otro, porque tomaba mucho y no me atrevía a ir porque me daba vergüenza”.
LA CONSAGRACIÓN
Dos años después, en un centro ceremonial del desierto sagrado de Wirikuta, en estado mexicano de San Luis Potosí, Chavela Vargas recibió de manos de un gran “marakame” (chamán wixárica o huichol) un medallón ritual de chaquira –formado por cuentas de piedras de diferentes colores y significados-, que es algo así como un reconocimiento como “mujer medicina” con capacidad para curar y trascender. Chavela tenía 85 años.
De esa noche se sabe poco, apenas comentarios sueltos que hizo la anciana sobre la ceremonia: “Me hicieron una ceremonia en la noche, con caracoles, con el peyote sagrado, el peyote de plata. Fue muy conmovedora. Me preguntaron si estaba preparada para ejercer el chamanismo, les respondí que sí y me dijeron que tenía que utilizar el don para hacer el bien, con respeto y orgullo de ser chamana. Y me comprometí a hacerlo de ese modo”. Chavela aseguró que con la ceremonia huichola aprendió que no debía asustarse y a asumir su poder.
La “bautizaron” con el nombre de Cupaima, que significa en lengua huichol “amiga, hermana que te comprende”. En una entrevista, Chavela mencionó que los chamanes le enseñaron a hablar con las estrellas, la noche, el Chalchi (el cerro verde de Morelos), y a curar el cuerpo y el espíritu. También comentó que siempre había sentido en su interior una fuerza superior que quería manifestarse: “Sentía una cosa rara y me dije ‘¿qué es esto, qué tengo?’ Yo no estoy enferma, me siento muy angustiada, ¿qué busco?. Para que se me diera esta investidura a los 85 años, tuve que vivir en paz conmigo misma y es lo que he logrado a la orilla de este mar sereno”.
Chavela reconoció a regañadientes que sólo una vez puso en práctica su don recibido. Así lo relató poco antes de morir: “Una vez se me estaba muriendo un niño a la orilla del mar, en la selva, de peritonitis, y sus papás me decían que le diera un remedio y les dije, ‘no soy médico’. Y, entonces, escuché una voz que me dice: ‘lo vas a curar. Ve y corta un pedazo de una hoja de plátano que se llama urrade’, hice un preparado, se lo di con la mano izquierda y se curó. Esa es la curación de chamán”. Cuando le preguntaron por qué no había seguido con esa práctica, Chavela respondió que después de aquello tuvo una enfermedad que la debilitó mucho: “No puedo dedicarme a la curación porque me cansaría demasiado. Además le pregunté al chamán por qué me daban este conocimiento a la edad que tengo, y me dijo que no importaba, que simplemente tenía que vivir mi vida con serenidad y con eso bastaba”, concluyó.
Las discográficas aprovecharon el nuevo sobrenombre de Chavela para editar un disco titulado “Cupaima” y la prensa empezó a llamarla “La Chamana”. Desde entonces no se quitaba su medallón huichol cuando salía al escenario.
“Es mi amuleto Me hace sentir libertad, orgullo, seguridad. Es como si me cubriera y me descubriera. Me protege y al mismo tiempo me libera. Me abre las alas en el escenario”, relató la intérprete a su biógrafa.
El medallón volvió a ser famoso en los últimos días de su vida cuando al presentir su desenlace pidió que se lo llevaran al hospital para usarlo en el momento del tránsito. Y con él se fue. Parte de sus cenizas fueron esparcidas en el cerro Chalchi, en el poblado mexicano de Tepoztlán, y en la comunidad de los indígenas huicholes que la declararon Chamana Mayor.
Antes de partir Cupaima, la mujer del poncho rojo, se despidió como una auténtica mujer sabia: “No voy a morir porque soy una chamana y nosotros no morimos, trascendemos”.
El nombre Yawanawa se traduce como ‘El pueblo del jabalí’ porque, como pueblo, siempre están juntos. Cuando cazan y en su vida social. Como una manada. Y esa unión inseparable es lo que les hizo sobrevivir hace apenas medio siglo cuando, tras el contacto con los invasores blancos, apenas quedaban 120 individuos. Ahora, aquellos supervivientes se han multiplicado por diez y se han convertido en una referencia cultural en el renacido movimiento indígena brasileño.
Los 1.200 Yawanawas viven en los márgenes del río Gregorio, uno de los miles de tributarios del río Jurua, a su vez uno de los grandes afluentes del Amazonas. Hablamos siempre del estado de Acre, Brasil, en la frontera con Perú y Bolivia. En la década de los 70 del siglo pasado, en plena dictadura militar, la tribu estaba prácticamente colapsada: alcoholizados, alejados de su identidad, olvidados de su lengua y con sus tradiciones prohibidas.
Uno de los mayores signos de su degradación cultural fue la desaparición del idioma. Los propietarios blancos de las plantaciones de caucho les empleaban en condiciones de esclavitud para evitar que el idioma revelara la existencia de indígenas capaces de reclamar la propiedad de la tierra. Para ello bloquearon sus aldeas con dos puestos policiales que controlaban los accesos y presionaban a los miembros de la tribu para que no lo usaran frente a los no indígenas.
Luego llegaron los misioneros evangélicos cristianos, que impusieron su culto a base de castigos y atacaban los ritos tradicionales indígenas catalogándolos de demoníacos. “Nuestro idioma estaba prohibido, solo los ancianos lo sabían, los niños solo aprendían portugués. Nuestras creencias y tradiciones eran consideradas diabólicas por los misioneros, y muchos de nosotros lo creíamos. Empezamos a vivir como esclavos en el trabajo y en la cultura ”, dice el actual líder de la tribu, Biraci Yawanawá, “cacique Bira”, de 56 años.
El cambio comenzó en la década de 1980.
El cacique explica que cuando vivía en Rio Branco, la capital del estado, fue llamado por los líderes más antiguos para asumir el liderazgo del grupo. Para aceptar, Bira impuso condiciones radicales que acabaron con una especie de revolución cultural.
Los Yawanawas expulsaron a la misión religiosa, restablecieron la enseñanza del idioma tradicional e incentivaron el estudio de los mitos e historias ancestrales por parte del grupo, como una forma de reconectar a las nuevas generaciones con los conocimientos y memorias de los antepasados.
Ahora, medio siglo después de la casi extinción, los Yawanawas han recuperado sus rituales más antiguos –fundamentalmente con el uso de la Ayahuasca (“Huni”) en sus ceremonias–, su idioma ancestral y parte de su vida de siempre. Organizan giras musicales y de medicina tradicional por todo el mundo y se conectan al mundo contemporáneo utilizando teléfonos inteligentes y computadoras a través de una antena wi-fi instalada en el pueblo.
Los Yawanawas combinan como poco grupos étnicos tradición y modernidad.
Para saber más:
Un pequeño film de animación donde se cuenta las historia del origen del uso tradicional de la Ayahuasca por parte de los Yawanawas:
La muerte de un destacado líder indígena en la Amazonia brasileña tras recibir la vacuna contra el COVID, aumenta la desconfianza de muchos indios a ser vacunados. Los pastores evangélicos afines a Bolsonaro les animan a no hacerlo y aseguran que ellos y su iglesia son la cura.
En la tarde del 19 de enero, el cacique Fernando Rosas Kapi Icho, uno de los más destacados líderes de la tribu de los Katukina (Amazonia brasileña) recibió, en su brazo derecho, la primera dosis de CoronaVac. Usando un tocado imponente hecho de plumas de guacamayo y un collar mate de alto valor espiritual, Fernando se ofreció como voluntario para alentar al pueblo Nôke Kôi (“gente verdadera”) a vacunarse. Fue el primer indígena del estado de Acre en hacerlo.
Fernando Katukina ya se había infectado en 2020 y sabía la importancia de luchar contra Covid-19. Dio ejemplo ante su tribu al recibir este primer pinchazo público ante los medios de comunicación. Pero no llegó a la segunda. Dos semanas después sufrió un paro cardíaco y falleció a los 56 años. Su muerte, por más que los médicos aseguren que no tiene nada que ver con la vacuna –era diabético- , ha reavivado la polémica en Brasil sobre la idoneidad de su uso.
Desde el principio de la pandemia, las autoridades brasileñas han encontrado ciertas resistencias en pueblos indígenas muy tradicionales que desconfían por sistema de este tipo de “remedios blancos” para enfermedades que los propios blancos les transmitieron en el pasado y diezmaron sus tribus. Muchos temían ser usados para ensayar vacunas. A otros les preocupaba la posibilidad de que les metiesen al diablo en sus cuerpos.
En un país donde el propio presidente, acusado de “genocida” por los indígenas, se ha convertido en el principal “conspiranoico” contra la pandemia, la muerte de Fernando Katukina ha dado alas a los “negacionistas” ultraconservadores de religión evangélica, principal apoyo del presidente Bolsonaro desde que llegó al poder.
Bolsonaro, quien se contagió el año pasado y se recuperó, dice que no piensa vacunarse e insiste en que nadie debería hacerlo si no lo desea. Inicialmente se negó a autorizar la compra de la vacuna china Sinovac y dijo en Facebook que Brasil nunca sería “el conejillo de Indias” de nadie. También rechazó la vacuna de Pfizer, citando una cláusula que exime a la firma estadounidense de posibles responsabilidades. Bromeó diciendo que no se podría reclamar a nadie si a las mujeres les salía barba, le cambiaba la voz a los hombres o la gente se transformaba en caimanes.
“Díganles a sus familiares que no necesitan tomar la vacuna. Yo soy Dios, soy la cura”, fue la prédica de uno de estos pastores evangélicos en una comunidad indígena. En whassap, principal medio de comunicación de los indios, les llegan continuamente mensajes contra las vacunas: “os vais a contagiar más; va a alterar para siempre tu cuerpo y tu mente; os va a dejar impotentes; tiene un chip maligno que en dos años os matará…”, con la particularidad de que los usuarios indígenas no contrastan cualquier información que les llegue por el móvil asumiéndola como verdadera.
En el último mes, las asociaciones y colectivos indígenas más grandes de toda la Amazonia brasileña se han unido para lanzar el mensaje pro vacuna por las redes sociales que usan las tribus.
Por si alguien no lo sabe, hay un lugar en el mundo donde el culto a la PACHAMAMA 🌄, la Madre Tierra, se ha convertido en una línea de acción social y política, más allá del culto casi religioso a la Naturaleza.
En Bolivia,🇧🇴 la Constitución protege a la Pachamama desde 2012, la considera Sagrada y sus festividades son reconocidas como patrimonio de la nación. Es una norma llamada “Defensoría de la Madre Tierra” que obliga a tod@s a proteger los Derechos “pachamamicos”. Incluye conceptos como “Justicia Climática” y dispone de un “Fondo Plurinacional de la Madre Tierra” para administrar recursos económicos estatales y extranjeros con los que mitigar el cambio climático. 🌎
⚖️ La ley declara que los delitos relacionados con la Madre Tierra no prescriben y los reincidentes tendrán sanciones más graves. Quienes causen daños de forma accidental o premeditada a la Madre Tierra o sus «sistemas de vida» deben garantizar la rehabilitación de las áreas, al margen de someterse a otras responsabilidades legales.🚫
Para estas culturas andinas, la Pachamama 🌋representa a la Tierra, pero no sólo o la naturaleza sino a TODO en su conjunto. No está localizada en un lugar, pero se concentra en manantiales, florestas, mares y cordilleras..💦 Es una deidad inmediata y cotidiana, que actúa por presencia y con la cual se dialoga, ya sea pidiéndose sustento o disculpándose por alguna falta cometida en contra de la tierra y por todo lo que nos provee.
El Pachamamismo ha vuelto👏👏👏 –si es que alguna vez se fue- al Parlamento de aquel país donde hace cinco días escuchamos uno de los discursos más vibrantes que uno recuerda en un foro político. Fue durante la toma de posesión del nuevo gobierno electo en las urnas y lo pronunció su vicepresidente, David Choquehuanca, ante mandatarios de todo el mundo, entre ellos el rey no emérito de España, Felipe VI.😯
😮Los políticos occidentales parecían de otro planeta. Con la platea del parlamento llena de representantes indígenas, escucharon fragmentos de la cosmovisión andina impensables en nuestra sociedad materialista: “Todo está interrelacionado, nada está dividido. Nada queda fuera. Por eso nos dicen que todos vayamos juntos, que nadie se quede atrás, que todos tengan todo. Que a nadie le falta nada. Que el bienestar de todos es el bienestar de uno mismo…”🌼
🔆Choquehuanca, indio Aymara que nació a las orillas del lago Titicaca y aprendió el español después de cumplir los 7 años, recordó la importancia del AYNI como concepto de reciprocidad: “El nuevo tiempo estará sostenido por la energía del AYNI, la Comunidad, el consenso, la horizontalidad, los equilibrios complementarios y el bien común”. E incluyó frases, mirando al palco donde estaban los mandatarios extranjeros, que dejó a más de uno con la boca abierta debajo de la mascarilla: “El nuevo tiempo significa escuchar. El poder, como la economía, tiene que circular, tiene que fluir…”🔄
🟢Para acabar, el vicepresidente dejó una receta cósmica: “Volveremos al camino noble de la integración, al camino de la hermandad, al camino de la verdad, de la humildad, el camino del respeto al fuego, del respeto a la lluvia, a nuestras montañas, a nuestros ríos, a nuestra Madre Tierrra, el camino de respeto a la soberanía de nuestros pueblos…”