Chavela Vargas presumía de cantar “desde el alma y no desde el pentagrama”. Como lo hacen los chamanes. Uno de los episodios menos conocidos de su vida es su relación con los indios huicholes, guardianes del peyote en la sierra occidental mexicana. Ellos le dieron la vida y le ayudaron a recibir el don de curar a otros. Y con 85 años la consagraron como “mujer medicina” dándole el nombre de Cupaima “la hermana que me comprende”.

El pasado 17 de abril hubiera cumplido 102 años. Fue bautizada en Costa Rica, donde nació, con el nombre de  María Isabel Anita Carmen de Jesús. Pero el mundo la conoció siempre como Chavela Vargas, la gran cantante mexicana de todos los tiempos.

Todos la recuerdan con ese perfil de mujer volcánica, rebelde, sin pelos en la lengua, sin filtros para consumir tequila y tabaco, que cantaba sola apenas acompañada de una guitarra, que vestía y cantaba como un hombre ebrio y que se convirtió, casi al final de su vida, en un icono contra el machismo más duro al reconocer que era homosexual, algo que todos sabían desde siempre.

Artículos, libros y películas han recogido con bastante detalle su vida a contracorriente. Pero hay un matiz, de esos más íntimos y fundamentales de los que se habla poco en las biografías de los grandes personajes, que ha quedado escasamente documentado. Chavela tuvo una iniciación espiritual y transformadora con los huicholes, una etnia indígena que vive en la Sierra Madre Occidental de México y que son famosos por el uso consagrado del Peyote en sus rituales. Los titulares de internet lo simplifican diciendo que “Chavela era chamana”, haciendo justicia  a la Verdad de su espíritu.

El primer contacto con los huicholes debió ser en su infancia. Chavela padeció poliomielitis, tenía problemas visuales y un corazón desarraigado después de que sus padres se desentendieran de ella dejándola al cuidado de sus tíos. Parece que fue en esa época, en la finca rural donde creció, cuando alguien la llevó a conocer a una anciana de la tribu, esposa de un “marakame” huichol (“aquél que sabe”) que la aliviaron de sus dolores, auguraron una larga vida y marcaron para siempre una referencia en su corazón para las dificultades de su existencia.

 Su círculo más cercano siempre reconoció que en aquellos momentos más críticos la última esperanza que recibía venía de sus “padrinos” indígenas. Desaparecía entre ellos desesperada de la vida y reaparecía más serena y tranquila al cabo de un tiempo. También se comenta que algunos aspectos de su relación con Frida Kahlo estuvieron marcados por la atracción y respeto que ambas sentían por el universo huichol.

LA CURA

La confirmación de esta relación vital, sin embargo, llegó casi al final de su vida. En 2002 los médicos le diagnosticaron a Chavela una fuerte enfermedad con pólipos en el intestino que podía degenerar en cáncer. La propia Chavela lo contó así en una entrevista: 

“Tenía unas unas bolas muy grandes y los médicos dijeron en Europa, y aquí, que no se podían operar, tenía que ser un transplante del intestino de un animal,  tipo cerdo,  que fuera compatible al mío. Un día amanecí y me dije: ‘voy con las chamanes huicholes, y si me voy a morir, pues que me muera’. Fui con ellos a San Luis Potosí y les dije lo que me pasaba y me contestaron ‘ya lo sabemos’. “Me preguntaron: ‘¿Vienes dispuesta a curarte?’. Les contesté ‘vengo dispuesta a morir, a curarme a lo que sea’”. 

Chavela explicó que la curación fue terrible pero efectiva: “Me sentaron en un árbol e hicieron una cama altísima de hojas de un árbol que desconozco. Ahí me dejaron. El  chamán se fue a la montaña y tres horas después  regresó con un cántaro lleno de un agua espantosa que tomé cada 30 minutos. Se me inflamó la panza y le dije al chamán: ‘me estoy muriendo’. A lo que él me contestó: ‘sí, yo te entierro. Estás muy mal’. Después empecé a vomitar y era una cosa que no paraba con nada, sentía que echaba pedazos de carne. Todos los pólipos los eché por la boca, luego me acostaron en la cama de hojas y del calor que generó mi cuerpo la cama se vino para abajo y las hojas se secaron. Ahí dormí, cuando desperté me sentía feliz y le pregunté al chamán qué había pasado, y él me contestó que estaba curada, que tenían que sacarme una fotografía de la panza. Me la saqué en México y en España. Los médicos no lo podían creer”. 

Después de curarse Chavela empezó a ver el mundo de manera distinta -“soy sacerdotisa del Arte puro”, solía decir-, y se interesó por el chamnismo. “Había leído mucho sobre don Juan de Castaneda, quien lo explotó con sus libros –explicó-. Además conocí a don Juan en Tepoztlán, vivía con sus ocho mujeres, y los más curioso es que no se peleaban entre ellas”. Y aunque dice que conoció a María Sabina no se atrevía a visitarla porque en esos años bebía demasiado. “En ese tiempo estaba muy bien en un aspecto y muy mal en otro, porque tomaba mucho y no me atrevía a ir porque me daba vergüenza”. 

LA CONSAGRACIÓN

Dos años después, en un centro ceremonial del desierto sagrado de Wirikuta, en estado mexicano de San Luis Potosí, Chavela Vargas recibió de manos de un gran “marakame” (chamán wixárica o huichol) un medallón ritual de chaquira –formado por cuentas de piedras de diferentes colores y significados-, que es algo así como un reconocimiento como “mujer medicina” con capacidad para curar y trascender. Chavela tenía 85 años. 

De esa noche se sabe poco, apenas comentarios sueltos que hizo la anciana sobre la ceremonia: “Me hicieron una ceremonia en la noche, con caracoles, con el peyote sagrado, el peyote de plata. Fue muy conmovedora. Me preguntaron si estaba preparada para ejercer el chamanismo, les respondí que sí y me dijeron que tenía que utilizar el don para hacer el bien, con respeto y orgullo de ser chamana. Y me comprometí a hacerlo de ese modo”. Chavela aseguró que con la ceremonia huichola aprendió que no debía asustarse y a asumir su poder.

La “bautizaron” con  el nombre de Cupaima, que significa en lengua huichol “amiga, hermana que te comprende”. En una entrevista, Chavela mencionó que los chamanes le enseñaron a hablar con las estrellas, la noche, el Chalchi (el cerro verde de Morelos), y a curar el cuerpo y el espíritu. También comentó que siempre había sentido en su interior una fuerza superior que quería manifestarse: “Sentía una cosa rara y me dije ‘¿qué es esto, qué tengo?’ Yo no estoy enferma, me siento muy angustiada, ¿qué busco?. Para que se me diera esta investidura a los 85 años, tuve que vivir en paz conmigo misma y es lo que he logrado a la orilla de este mar sereno”.

Chavela reconoció a regañadientes que sólo una vez puso en práctica su don recibido. Así lo relató poco antes de morir:  “Una vez se me estaba muriendo un niño a la orilla del mar, en la selva, de peritonitis, y sus papás me decían que le diera un remedio y les dije, ‘no soy médico’. Y, entonces, escuché una voz que me dice: ‘lo vas a curar. Ve y corta un pedazo de una hoja de plátano que se llama urrade’, hice un preparado, se lo di con la mano izquierda y se curó. Esa es la curación de chamán”. Cuando le preguntaron por qué no había seguido con esa práctica, Chavela respondió que después de aquello tuvo una enfermedad que la debilitó mucho:  “No puedo dedicarme a la curación porque me cansaría demasiado. Además le pregunté al chamán por qué me daban este conocimiento a la edad que tengo, y me dijo que no importaba, que simplemente tenía que vivir mi vida con serenidad y con eso bastaba”, concluyó.

Las discográficas aprovecharon el nuevo sobrenombre de Chavela para editar un disco titulado “Cupaima” y la prensa empezó a llamarla “La Chamana”. Desde entonces no se quitaba su medallón huichol cuando salía al escenario.

 “Es mi amuleto Me hace sentir libertad, orgullo, seguridad. Es como si me cubriera y me descubriera. Me protege y al mismo tiempo me libera. Me abre las alas en el escenario”, relató la intérprete a su biógrafa.

El medallón volvió a ser famoso en los últimos días de su vida cuando al presentir su desenlace pidió que se lo llevaran al hospital para usarlo en el momento del tránsito. Y con él se fue. Parte de sus cenizas fueron esparcidas en el cerro Chalchi, en el poblado mexicano de Tepoztlán, y en la comunidad de los indígenas huicholes que la declararon Chamana Mayor.

Antes de partir Cupaima, la mujer del poncho rojo, se despidió como una auténtica mujer sabia: “No voy a morir porque soy una chamana y nosotros no morimos, trascendemos”.

Para saber mas:

https://www.eldesconcierto.cl/tendencias/2018/08/15/chavela-el-documental-que-rescata-la-vida-de-una-de-las-heroinas-lesbianas-de-la-musica.html/amp/

https://www.nierika.com.mx/huicholes/musica-tradicional-huichol